Vivo en el pozo
Hace unas semanas me di de bruces con una lista de películas con anotaciones que no sabía a qué se referían, cuando se supone que debería, y a una lista de temas de los que apenas conocía - o más bien recordaba - nada. Me di de bruces con que, quizá, cuando tenía 17 me equivoqué.
Recuerdo elegir la carrera sintiendo que era la opción que el cuerpo me pedía, que no podía hacer otra cosa, que no podía verme a mí misma en cinco años arrepentida de no haber hecho esto y, cuando terminé, me sentía satisfecha, sentía que no podría haber elegido otra cosa. De algún modo sentía que resonaba conmigo, que era lo mío. Hasta hace unas semanas. Me di cuenta entonces, un máster después, de que realmente no sabía nada, que no recordaba ni la mitad de las cosas, que no sabía por qué quería ser profe si no sabía de qué estaba hablando. Y fue cuando comprendí que la mitad de mis logros eran fruto de la casualidad.
Una carrera aprobada con una nota mediocre porque he sido incapaz de darle el tiempo que necesitaba supongo, el tiempo o la intensidad. Recuerdo cuando estaba en el instituto y siempre sentía que tenía cosas que decir, que tenía una postura, una posición, una firmeza que ya no encuentro. Siempre tenía algo de lo que hablar y ahora titubeo frente a cualquier posicionamiento pues siento que sé menos que todo el mundo, que diga lo que diga estaré equivocada. Miedo a quedar como una idiota, a que vean que me falla algo en la argumentación, que en realidad no. Y así ha pasado con todo, de las reseñas escritas tratando de volcar en ellas todos mis sentimientos al respecto, de los breves artículos plagados de ideas, a no querer hablar. A sentir que mi voz no merece ser escuchada, que para ella no hay un hueco, que es una voz inculta por donde se la mire y no tiene derecho a ocupar un lugar en el espacio. Por ello siempre callo, asiento, no rebato, sonrío y dejo que otros guíen la conversación. Supongo que no consigo creerme que sepa de algo y, sinceramente, no sé cuándo lo sabré, y tampoco cuando tomaré consciencia de que tengo derecho a alzar la voz y a que se me escuche - en el plano académico, claro está - pero me veo en la minoría de edad intelectual aún y mi ego no me permite mostrar mi ignorancia.Bienvenido a casa, Síndrome del impostor.
Creí tener claro mi futuro, creí tener claro lo que quería hacer, pero me he dado cuenta de que una aspira a mucho. No puedo pretender ser profe de nada, ser profe yo, cuando hay miles que saben el doble, que se acuerdan de la tesis de Platón, que te explican a Kant sin pensarlo y yo siento que solo sé vomitar lo memorizado. Mi cerebro no funciona. No recuerda lo que un tiempo supo explicar. No soy ni la mitad de hábil o inteligente que los demás y, aún así, tengo la osadía de creer que soy una más cuando no soy más que un fraude. Hay un impostor entre nosotros. Y en este caso soy yo, entre la gente que sabe de filosofía, cómo me atrevo a pensar si quiera de que tengo un hueco, de que soy parte de...
Patético que aún así cuando escucho filosofía siento que hay algo ahí, que hay algo que me llama. No sé cómo pude creer que la carrera llevaba mi nombre cuando ahora no soy capaz de hacer nada con ello. Incapaz de hacer nada con estas dos neuronas inútiles que me funcionan a ratos, y lo poco que sé hacer con ellas es patético, ridículo, cualquiera se reiría de ello ¿quién me creo que soy?, nadie entre los demás.
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