Peter tiene miedo a volar
Sinceramente, llevo mucho tiempo sin manifestarme por aquí, lo que no significa que no haya escrito, o que no haya necesitado hacerlo en algún momento. También he de confesar que quizá este ha sido uno de los mejores años que he vivido, quizá en parte se deba a que, a pesar de todos los pesares, me he levantado feliz cada mañana por llegar a subirme a la tarima, pensar una vez más que me iba a caer de ella, y enseñar, hablar y debatir con los chiquillos, no tan chiquillos, que allí me esperaban. Si en algún momento dudé si lo de ser profe era para mí, os afirmo después de mi primer año que lo estaría haciendo el resto de mi vida y que voy a echar de menos a cada generación que lleve a EBAU (o el nombre que le quieran poner).
Frente a mí se abre ahora un nuevo camino, siento que he cambiado en muchos más aspectos de los que querría haber cambiado, aunque en otros, muy a mi pesar, aún debo seguir trabajando. Me sigue costando no recurrir a la ira en lugar de manifestar cómo me estoy sintiendo en esos instantes, no cegarme ante los cambios inesperados y un millón de cosas más. Pero también creo que estoy más centrada, más enfocada y más feliz de lo que he estado. Menos orgullosa y más tranquila, aunque no menos ajetreada u ansiosa en ocasiones. Con todo, y como decía, me espera un año más complejo de lo que querría, un frente abierto que, a ratos, me da mucho miedo. Hace años escribía sobre mi deseo de independencia, sobre romper lazos y, ahora que tengo la miel en los labios, temo dar el paso. Me veo alejada, como si fuese mi obligación mantener un nexo inexistente, como si fuese culpable por algo, como si no lo mereciese. Supongo que aún creo que les debo algo, que debo pedir permiso y perdón por cada cosa que decido en mi día a día cuando no es así. Lo tengo tan cerca que casi puedo rozarlo con los dedos, de hecho, es una necesidad, pero, aún así, sigo temiendo hacerlo y me consuelo creyendo que volveré cada poco, que mi vida no va a dejar de ser lo que es porque, reconcholis, me gusta.
No mentiré si digo que lloro pensando en que no cenaré en el sofá viendo Dos hombres y medio con mi padre y mi hermana, que no me levantaré con Bella pidiendo parte del desayuno, que no iré a caminar por las tardes o a tomar un café inesperado después de comer. Que no les preguntaré qué hay, ni qué vamos a hacer el día de hoy. Que no hablaré del colegio con mi padre o me preguntará mil veces cómo imprimir. Que no estaré cuando necesiten conectar el wifi, cuando no sepan poner la telenovela de turno, cuando haga falta pasear a Bella por la tarde, cuando el viernes pidamos algo del California para cenar. Que nadie me preguntará si ceno en casa o si voy a salir, no pediré que me abran porque me he dejado las llaves ni me dormiré en la tumbona al sol. Soy Peter pan con miedo a crecer, quiero volver corriendo a Nunca Jamás y no salir de ahí. Me atemoriza dejar solos a mis padres, a mi padre, aunque sé que es lo que ha hecho todo el mundo. Siento que les abandono, que les dejo de querer cuando no es así y que mi obligación es quedarme con ellos para paliar su mala relación. No sé aún cómo figurar quién soy sin estar con ellos, o quién soy cuando no miran.
Comentarios
Publicar un comentario