Oda al príncipe azul
Oh, el príncipe azul, el caballero perfecto por el que espera su dama. Una dama, como no podía ser de otro modo, perfecta, divina, deseando con todo su ser que la encuentren y la salven -porque todos sabemos que las damas necesitan ser salvadas-
Ciertas personas padecen el síndrome de Peter Pan, pero es que muchas otras padecen el síndrome del Príncipe azul. No sabría contar cuántas veces he escuchado el mismo discurso, que por algún casual suele ir ligado a una suerte de victimismo. Llegan al mundo creyendo que son especiales, que ellos, por algún casual, son diferentes. La vida les ha dado una posición privilegiada, según su opinión, claro está.
Suelen ser aquellos que no se ajustan a la norma, que han sido relegados durante infancia y/o adolescencia a un segundo plano, los que en su recuperada confianza se creen que son especiales. Ellos poseen algo que el resto no. Claro que hay que hacer del vicio virtud y, ya que en el partido convencional no salimos del banquillo, vamos a tirarnos flores justamente diferenciándonos del individuo común aludiendo una serie de cualidades "muy difíciles de encontrar". Tiende este espécimen, con el que todos hemos de encontrarme en algún momento, a rechazar a aquellas personas que acuden al gimnasio o que se preocupan por la apariencia, de nuevo, basándose en una supuesta superioridad que poseen aquellos que se preocupan únicamente por el interior, por cómo son las personas -da la casualidad de que nunca suelen interpelar a una chica que sea considerada como fea-. Ellos, individuos únicos y especiales, se interesan por elementos por los que el hombreTM común no se interesaría, véase estudiar, los libros, la buena música, la tranquilidad... presentan un cierto desprecio por el ocio nocturno y siempre, aunque tratan de esconderlo, cierta necesidad de control sobre el otro. Suelen ser como una sanguijuela, se aferra a la mínima y a ver quién los suelta de ahí.
El discurso en sí no suele cambiar mucho, suele ser una amalgama de "es que todas mis ex estaban fatal de lo suyo", "me han hecho mucho daño", "yo soy un buen tío que solo ha encontrado malas tías", "se nota que tu eres diferente", "eres la persona más especial que conozco", "eres muy madura/inteligente/elocuente...", "no me ha ido bien en el amor, *inserte mil historias en las que la culpa siempre es de la chavala, ellos son benditos de Dios*" y así podríamos seguir un buen largo rato. ¿Os suena la descripción? estoy segura de que sí. Todas nos hemos encontrado con cierto perfil de individuo que se ajusta, en mayor o menor medida, a estas características y, en muchas ocasiones, seguimos cayendo. Seguimos para luego darnos cuenta de lo que hay detrás de este tipo de personajes de la función que es la vida: que, por lo general, son individuos que no tienen más de especial que haber sido el chaval al que en secundaria no hacían mucho caso; que sus ex no estaban fatal de lo suyo, es que él no gestiona con especial brillantez las relaciones personales; a la mínima se muestra controlador con lo que haces o dejas de hacer; se hace su propia película cuando quedas mucho con otras personas y no le incluyes; considera que los planes los tenéis que hacer en su mayoría juntos, que para algo compartís gustos aficiones y sois las personas más especiales del mundo; incluye un pack de traumas no curados de la infancia/adolescencia.
Niñas, ahí no es.
El chico que os vende la historia de que él es especial, diferente, mejor que los demás, no es más que otro que tiene una estrategia basada en la sutil táctica de comerte la oreja. Una de dos, se alarga hasta que le ves las orejas al corderito o caes en la compra-venta y luego te costará mil salir de ahí porque "es un buen tío, lo ha pasado fatal" y sobre todo "yo no soy como las otras". Hemos caído en la casilla de creernos que somos especiales, que estamos en un peldaño superior por no beber una caña de tarde con tus amigos u oler un poco a cerrado de no socializar porque somos demasiado superiores intelectualmente para eso. Ah, y si no eres tan guay como lo soy yo, no te acerques.
Oh, complejo de Príncipe azul, quédate lejos siempre de mí. Hace tiempo que he dejado de tener dieciséis años y de soñar con cosas azules. No quiero ser súper especial porque me guste leer, quiero salir a tomarme un vino con mi pareja y cotillear del vestido que una conocida ha llevado a la graduación. Tener amigos médicos y amigos que no han terminado la ESO, aceptar cualquier plan porque es divertido y verme la última peli española que ha salido, aunque es malísima, pero volver a ponerla en casa porque me he reído muchísimo. Lo de querer ser un intenso-soy-mejor-que-el-resto se lo sigo dejando a los críos de quince años que siguen buscando basar su personalidad en un hobbie porque aún no tienen claro quiénes son o quiénes quieren ser.
Mi padre es la persona que mejor cala a las personas que conozco y, por tanto, es un buen detector de este tipo de individuos. Suele dar en el clavo siempre que conoce a algún amigo o amiga, igual que acertaba con el tema que iba a caer en los exámenes de Historia de 2º de bachillerato. A este tipo de personas las denomina como "que les falta vida", y es verdad. El día a día, la vida en general, en sociedad, no es su hábitat natural y se les nota. Comentarios que no pintan nada y que hacen estar incómodo al resto, gestos innecesarios en determinadas situaciones, necesidad de llamar la atención, sobreestimulación. Es, al fin y al cabo, como cuando yo quise dejar de depender del teléfono, la vida está fuera, y puedes hacer dos cosas, verla pasar a través de Instagram o salir a vivirla. Elegí la segunda, por eso apenas miro el Whatsapp, no subo fotos todos los días, solo cotilleo twitter a ratos y no me gusta pasarme los días en casa 24/7.
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