En la calle pasábamos las horas
Me vuelvo a parar frente a la página en blanco, con una turbulencia de emociones interna que aún tengo que descifrar. Últimamente no dejo de escribir, supongo que porque así dejo constancia de todos y cada uno de mis reafirmantes emocionales, aunque sigo sin saber poner por escrito cómo sienta recuperar los zapatos. Hubo un tiempo en el que me sentía perdida en medio del mar, incapaz de ver tierra, sin ancla, sin bandera, sin barco y sin nada a lo que aferrarme. Sola y perdida, pero sabiendo nadar. Hoy puedo afirmar que he tocado tierra, que siento que de nuevo me pertenezco, como si hubiese vuelto a renacer. He de confesar que estas cosas me pasan, paso un tiempo entre la niebla pero ésta luego se disipa, siempre lo hace, y veo con más luminosidad mis pasos y hacia dónde voy.
Me he cansado de gente diciéndome lo que debería gustarme, lo que debería opinar, quién debería ser, o quién creen que soy. Lo siento, no lo soy. De algún modo todos creen que conocen a aquel que tienen delante, simplemente por haber hablado, simplemente por conocerle desde siempre y, de nuevo, lo siento, pero no. Este es mi caso, me canso de que todo el mundo crea saber más que yo misma, incluso sobre mí. Me he cansado de paternalismos insufribles, de aguantar comentarios como si fuese un cachorrito al que apadrinar. Hace tiempo que he dejado de serlo, y de necesitar un cuidador.
Con el tiempo, como suele pasar, las nubes y la tormenta que han cubierto mi océano temporalmente se han disipado y he vuelto a ver por qué estaba en el mar en ese momento. He recordado lo que me hacía feliz, entre muchas otras cosas, porque me concibo a mí misma como un cubo de rubik, con muchos lados diferentes y, por más que te empeñes, quizá solo conoces una cara y, lo siento, pero soy más. Más que lo que ves y, seguramente, más de lo que vas a ver, porque las personas en seguida te encasillan en aquello que creen o que quieren ver en ti cuando en el fondo hay más, mucho más. La personalidad de las personas no es una cosa simple, no es algo que puedas abarcar de un vistazo y, precisamente por ello, no es algo que puedas conocer de golpe y porrazo, en líneas generales con un par de pinceladas, el asunto es más complejo de lo que parece. No soporto a esa gente que cree que solo puedes cumplir un estereotipo, juntarte con un tipo de personas, gustarte un tipo determinado de cosas... cuando tenía diecisiete años escribí: puedo ser la que cierra los bares y la que abre las bibliotecas. Quizá a eso aspiro ser, ni más, ni menos.De todos modos, este no iba a ser un texto hablando de la personalidad, de conocer a las personas o de cualquier cosa relacionado con estos asuntos, esto iba a ser para hablar de cómo sienta haber recuperado la vista, los zapatos y de pronto sentirte a gusto, de nuevo, en tu propia piel; a gusto y segura. Aunque algunas nubes aún empañen mi cielo azul - color azul simpson, como cuando era pequeña - siento que no me falta nada, que he vuelto a encajar las piezas del puzzle que formaba mi vida y, qué leñes, me gusta. No cambiaría nada, me gusta la persona que soy, y en quién me estoy convirtiendo, me gusta el futuro que estoy creando, aunque sea pasito a pasito y sé que hoy soy mejor que ayer.
Siento que vuelvo a ver mi sendero iluminado, siento que, de nuevo, estoy donde tengo que estar y con la gente que me quiere cerca, quizá más que nunca. A veces me dan choques de realidad y veo lo afortunada que soy con las personas que forman parte de mi vida porque, como siempre he dicho, pueden que tengan mil defectos o no sean personas perfectas pero son leales, y se alegran siempre por mí, están siempre que lo necesito y son, justa y exactamente, la horma de mi zapato.
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