Unión

No soy un lobo solitario, no soy una desapegada, desprendida, ni cualquier otro calificativo que se os ocurra. Nunca he buscado estar en modo "sola contra el mundo", aunque lo haya tenido que estar en más ocasiones de las que me gustaría. Me gusta el grupo, me gusta el sentirme arropada y apoyada, supongo que porque nunca lo he tenido. No nos confundamos tampoco, no hablo de seguir al rebaño como un corderito, pero sí de verse parte de algo, que te reconozcan de algún modo y, a su vez, reconocerte en ellos y a ellos. Lo que estudiábamos en el último año de carrera acerca del reconocimiento de las personas de otra etnia y/o cultura, pero esta vez sin dichas connotaciones.

Esta tarde estaba fuera de mi zona de confort, lejos de aquellos que componen mi familia, lejos de conocidos y amigos, allí yo no era nadie en particular, una cara entre tantos que solo tres personas reconocen a priori, aunque al final del día fuese alguna más. Y no pude evitar pensar en que, durante mucho tiempo, he buscado algo sin darme cuenta de lo que era, pero allí, frente a una baraja de cartas colocadas cuidadosamente sobre un tapete verde, me di cuenta. 

Una comida familiar que se alarga en el tiempo, la posterior partida a la brisca de turno para pasar la tarde entre todos, los abuelos enseñando a sus nietos, los críos jugando como buenamente pueden sin saber esconder la sonrisa al verse ganando a sus padres, los piques familiares, las apuestas y el saber cómo juega cada uno. Una visión cotidiana de cualquier domingo por la tarde que yo nunca he vivido, y por eso mismo, cuando apareció el tapete verde frente a mis ojos, tuve que confesar: No sé jugar, frente a pares de ojos que me miraban curiosos, cómo no va a saber, si es lo más típico, lo habitual, si es el juego por excelencia... y soy consciente, recuerdo vagamente jugar con mi abuela, cuando yo tenía 5 años, quizá 6, pero hace mucho que alrededor de la mesa no se sienta nadie a jugar. En mi casa no hay abuelos, ni tampoco familias que jueguen juntas, no hay lazos fuertes, solamente saludos breves y conocimiento superficial sobre los demás, lo justito. Envidio a niveles extremos que alguien cuente anécdotas de mi infancia y se ría, que dejen constancia de la niña que fui, de mis aventuras infantiles...pero nadie lo hace, porque yo no dormía en casa de mis tíos si no había necesidad, porque yo no tengo relación con los hermanos de mis abuelos, porque ya no tengo abuelos, porque... 

Siempre he sido una niña Monopoly, me gustan los juegos de mesa y supliqué a todo el mundo que jugase conmigo en algún momento, pero apenas eso pasó una docena de veces en mis 22 años de vida. Porque en mi casa no hay esa relación, porque aquí no hay esa imagen mental que guardo con recelo, sentada un domingo por la tarde en el salón, con dos padres -que no son los míos, pero a veces hacen su papel- a mi lado, viendo una película malísima en la televisión y riéndome. Aquí cada uno sostiene como puede su extremo de la cuerda, nadie me llama para tomar algo al volver del viaje, mis familiares no me hablan por WhatsApp ni me comparten cosas, no hablan con cariño de mí cuando presento a alguien, tampoco me dicen que qué guapa estoy o cuánto he crecido, no se alegran explícitamente de los cambios o avances que haga en mi vida... y, desde luego, no se sientan a enseñarme a jugar a la brisca. Me he dado cuenta de cómo echo en falta una familia fuerte tras de uno cuando pensé simplemente en buscarme tutoriales para la próxima vez poder jugar, poder fingir durante una tarde que no voy a tener que volver a un sofá frío, en el que nadie se sienta a tu lado a charlar y reír, y unos brazos que no te abrazan cuando hace tiempo que no te ven, ¿cómo pueden abrazarme más los ajenos que los propios?


En realidad lo único que añoro es el reconocimiento, verte parte de algo, de una familia, sentir su arropo y que eres uno más, que los demás perciban tu individualidad y, aún así, tu papel en el conjunto, la unión que hay entre todos. Ya que soy consciente de que en la mía propia no voy a ser capaz de tenerlo espero al menos brindárselo a mi descendencia, que ellos puedan sentir lo que es tener apoyo detrás, pero apoyo real no de palabrería. Quizá yo no sepa ni el nombre completo de mis abuelos, no reconozca a nadie en las fotos viejas, no haya tenido relación con la mayor parte de mi extensa familia, apenas haya compartido vivencias en familia más allá de mis padres y hermana, quizá a mí no me traigan mis tíos una tarta cada cumpleaños, ni estén pendientes de alguna de mis aficiones a ver qué tal me va, quizá nunca aprenda a jugar bien a las cartas, pero espero que ellos sí, porque es lo que mendigo sin darme cuenta. Sin ser consciente busco siempre tener al lado personas con familias cercanas, que lo tienen como prioridad y elemento base de la vida, en pos de sentir lo que no pude, lo que no tuve antes, poder brindárselo a los que vendrán, adoptar una familia a ratos.

Y todo esto mientras otros juegan a las cartas. 



Comentarios

Entradas populares de este blog

Stor(ies)y

Supr.

Peter tiene miedo a volar