Orgullo
Como saberse, que no sentirse, o quizá es al revés, sola. Sola en medio de un montón de gente, y cansada, muy cansada, de controlar todo aquello que no puedo, de respirar pensando en que es solo un poquito más, aunque ese poquito ya se haya alargado cinco años. Supongo que a veces bajas los brazos y esperas a que la marea te lleve con ella porque, sencillamente, no tienes la fuerza suficiente para imponerte o, en realidad, ya no quieres seguir jugando a esto.
La culpabilidad instalada en mis costillas a cada paso que doy, o que me hacen dar, porque ojalá fuesen siempre mis propias decisiones, genuinamente mías y no condicionadas por el temor. Teniendo a quien debería comprenderme hostigando y, de algún modo, haciendo que me sienta culpable de mi propio cansancio, de mis propias emociones porque claro, él no soporta impertérrito cada día la losa que yo cargo. No quiero estar siempre en guerra, ni con ellos ni conmigo, qué lástima que sea estando en el fango cuando más produzco, cuando las palabras salen de mí a borbotones...
No nos confundamos tampoco, no me dejo quemar, Dios me libre de hacerlo, no me dejo romper, ya no, simplemente, a veces, no puedes aguantarlo más, a veces es más rentable dejarse arrastrar, temporalmente, antes de reconstruir el muro, ese que a duras penas me mantiene con los pies en el suelo y cuerda. Aunque a veces dudo de ser capaz, a veces esto duele más de lo que me gustaría admitir y siento que me voy a caer con todo el equipo, que nunca va a sanar esta herida, que intento, sin saberlo, apagar el fuego con gasolina. Me recluyo a lamerme las heridas, a curarme a mí misma como me ha tocado hacer siempre, porque cada vez que asomo la cabeza me apunta el mismo francotirador y mentiría si dijese que a veces deseo que dispare y termine con esta agonía. Veo al resto vivir, pero con mayúsculas, de verdad, y no puedo dejar de pensar qué he hecho mal, qué he hecho yo para merecer esto, pero rápido recuerdo que, en realidad, todos cargamos una mochila, más o menos pesada, y que ésta es la que me ha tocado, para bien o para mal, y supongo que no puedo dejar de tirar de orgullo para sacarme a mí misma a flote incluso cuando encallo en la roca más profunda.Hace no mucho tiempo alguien me dijo "Un día tanto orgullo va a acabar contigo", qué ironía que sea lo que me salve cada mañana, bien sé que me hubiese rendido quinientas veces más de no ser por él. Es el remo que me da impulso para librar cada nueva marea viva que me toca enfrentar, lo único seguro, lo que sé que no va a cambiar de mí porque lo he creado para poder mantenerme a flote cuando el agua me llegaba ya al cuello y sé que hace las veces de salvavidas aunque a algunos les parezca molesto, incómodo o, como ya me han dicho, mi mayor defecto. Es a él a quien me abrazo cada vez que bajo los brazos, y creedme, me despreocupo, sé que no vamos a llegar a tierra, demasiado bonito sería el sueño pero, al menos, tampoco visitaré la Atlántida antes de tiempo. Me conformo.
Hoy como tantas veces he vuelto a aferrarme al salvavidas mientras perdía la vista entre las nubes, como un pajarillo cuyas alas están manchadas de alquitrán, aguantando la marea una vez más.
Comentarios
Publicar un comentario