De sueños rotos
Tenía construido un castillo de arena que se me desmoronaba entre las manos y yo no me daba cuenta.
Un día me entró un granito de arena en los ojos y me dejó ciega mientras creía que sobre mis manos aún sostenía mi castillo. Un castillo de piedra dura, fuerte, que soportaría cualquier mal tiempo, que por nada se me derrumbaría, y cuando he abierto los ojos he visto que sobre ellas no había nada, aire, vacío. ¿Y qué haces cuando te das cuenta de que no tienes nada? ¿que era todo una ilusión?
Tengo un pobre corazón que se tambalea mareado por la confusión, añorando una ilusión, un castillo de arena que ahora mismo dudo incluso de que haya existido. Parece que fue un sueño cuando con el alma llena de amor y esperanza construía sus alamedas y ahora me miro las manos y sobre ellas no hay rastro de lo que fue. Lo destrozaron sin que yo me diese cuenta y ahora no sé que hacer. He vivido demasiado tiempo con la cabeza en las nubes, aspirando a un ideal que creía haber alcanzado pero no ha sido así, castillos de aire más que de arena ¿cómo he podido ser tan tonta?
Supongo que es la recta final de una carrera que no recuerdo haber comenzado, si lo hubiese hecho, lo recordaría, seguro, porque toda carrera tiene una meta, un final, y siempre me gusta planear antes el final, escudo de seguridad. Si planeo mi estado mental y mi reacción frente a lo peor que pueda imaginar el resto funciona mejor, sale solo, nada será peor que eso. Pero esta carrera no estaba en mi mente, no quería empezarla, no recuerdo ni echar a correr ¿por qué lo hice? quizá era miedo, miedo a ver la realidad, a que no participase de la idea que yo me había montado en mi mente ¿autoengaño? creí no caer de nuevo en ello. En cambio, lo hice. Tonta, como ya viene siendo habitual, ingenua.
Ilusa, como quien va a la guerra sin armadura, en mi caso fui desprotegida, con el pecho descubierto clamando que me clavasen la daga de una vez, que acabasen con el cuento rosa que me había estado montando. No dejéis nunca que me ilusione de nuevo, dejadme con los pies en el suelo, dejadme tanteando cada paso que vaya a dar, no sé cuántas caídas puedo soportar ya. Antes decía que era como un fénix y ahora... no sé si acurrucarme en las cenizas y no llorar, porque ya no me salen las lágrimas de este pozo seco que tengo dentro.
Comentarios
Publicar un comentario