Que alguien me pregunte que es lo que yo quiero




A veces llega el momento en el que se te parte el alma, o las ganas.
El momento en el que hasta el oxígeno se hace pesado,
donde no puedes ni quieres imaginar un día más, un segundo más. 
Apagaría la alarma para ir a clase, apagaría el sol antes de que amanezca, y apagaría uno a uno los latidos del débil corazón. 

Que a fin de cuentas, hoy no se diferencia de ayer, ni este año del anterior, y aunque siempre he sido de seguir rutinas, la rutina se me hace pesada. Ahí viene la contradicción.
Me canso de las cosas, de la misma rutina, y tengo que cambiar a otra, pero me asustan los cambios más pequeños, me paraliza pensar que pueda salir mal. 
Sigo siendo la niña que no podía pensar si quiera en perder al juego más tonto que exista, pero cambia haber conocido el miedo, miedo a decir que algo me asusta, que algo me importa. Que admitir que quiero algo es similar a arrancarme la piel a tiras, y así me va.

Condicionada a ser lo que se espera, sabiendo que eso no se asemeja a lo que yo quiero, pero nunca me quejé, nunca dije nada y nadie sabe que eso me atormenta, que no quiero crecer ni tener que enfrentarme a decidir yo las cosas, que mi caparazón se basa en aceptar que mi vida la decidan los demás.
Tampoco nadie me ha preguntado nunca lo que yo quiero, lo dan por hecho, dan por hecho que me conocen y que por ello saben lo que me gusta, y lo que pienso.

Que levante la mano quien me conozca de verdad.
Y nadie la levanta. 
Normal.

Soy lo contrario a mis palabras, soy lo contrario a lo que tú pienses, soy lo contrario a lo que te parezca, y sin embargo, también soy todo eso.
El chiste sin sentido de el vecino de al lado, la pregunta que nunca obtuvo respuesta, el vivir sin haber vivido, y morir después de muerta.

La filosofía que atormenta a los estudiantes del instituto por tener que pensar por sí mismos, que hasta ahora les han dicho como debían pensar y que debían saber.
El tren que nunca estuvo encarrilado, y que intenta con sus fuerzas encajar en un carril porque a pesar de asegurar que el viaje se hace bien solo le da miedo no encontrar a nadie cuando el viaje acabe.

Y al final del día, el sol se apaga solo y nadie me ha preguntado que es lo que yo quiero.

Enciendo la luna y el fondo de estrellas para empezar a redactar las torcidas líneas que recopilan lo que soy y lo que no soy.
Mil papeles surcados de renglones rojos hacen mi autobiografía, escrita cuando las palabras tienen miedo a salir y se me hacen un nudo en la lengua, cuando no puedo aclarar ni uno solo de mis pensamientos.
Cuando todo parece más simple escrito en un simple folio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Stor(ies)y

Supr.

Peter tiene miedo a volar