Carta a mi yo triste

Y a veces te veo tan pequeñita, hecha un manojo de nervios y miedo, incapaz de soltarlos, incapaz de liberarte del todo, como si siempre arrastrases un recordatorio de aquello que nubla tu cielo.
Y sé que para ti brilla el sol, y cada mañana parece que todo nubarrón se aleja, y aún así tu tiemblas de frío porque lo sientes dentro, porque llevas la tormenta entre las costillas y por mucho que atornilles el caparazón el tembleque de tus manos te delata. Sabes que no aguantarás mucho más.

El famoso autocontrol que te caracteriza no puede con todo, y a veces veo como te resbalan las lágrimas por la carita mientras te repites en el espejo que ya está, que va bien. Y lo irá, pero no ahora, pequeña date tiempo, deja que te rocen las mejillas los ríos de lágrimas, deja que tu corazón sienta dolor, y miedo, pero no te ancles en él, puedes ir más allá y lo irás, porque el brillo de tus ojos es el arcoíris tras la tormenta y no te dejes caer que en peores plazas hemos toreado juntas.
Este no es el final, respira, llora, lávate la cara y respira de nuevo, tenemos el aplomo, el valor, el coraje y la tenacidad que no nos dejarán caer en esta plaza, no hoy y tampoco mañana, aún tenemos mucha guerra que dar y es por ello que cada día tiendo mi mano hacia a ti, que estás en ese rincón llena de miedos y dudas, y te digo que va a ir todo bien, que no dudes, de ti ni de mi, ni de nosotras, que no tengas prisa que vamos despacio, pero vamos, siempre vamos, y eso es lo que importa. Así que tranquila mi dulce niña, y levántate del suelo, acepta mi consuelo y vamos para adelante.

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