59-67
Llevo años, quizá toda una vida buscando la felicidad, pero no cualquiera, buscando La Felicidad, así, con mayúsculas, porque ansiaba con todo mi alma la plenitud que esta suponía que conllevaba. Los momentos perfectos en los que nada ni nadie puede perturbar la calma, en los que parece que el espacio es un puzzle terminado en el que cada pieza encaja a la perfección, sin frentes abiertos ni hilos sueltos de los que se pueda tirar y deshacer la manta de ingenuidad sobre la que llevo durmiendo casi dos décadas.
He necesitado meses turbulentos cargados de indecisión, mil cañones apuntando a mi débil corazón y un gran instinto suicida al prender la mecha pidiendo en murmullos que errase el tiro, pero por suerte, los cañones no estaban cargados y no tuve que recoger los ensangrentados pedazos de un corazón que no soportaría otro golpe, pero al fin me he dado cuenta de que estaba buscando en el lugar equivocado, con las características equivocadas, que puede que no haya una Felicidad con mayúscula, pero llevo colgada del alma una felicidad pequeñita y con minúscula, que inunda mi pecho de una calma dulce y esponjosa ante la cual solamente puedo sonreír y dar las gracias.
La revelación ha llegado en forma de viaje en coche, llevándome a una ciudad llena de luces, con un partido de fútbol sonando de fondo en la radio y su mano apretando levemente mi rodilla a modo de "estoy aquí", como si fuese capaz de olvidarlo, o de alejar los ojos de la mano que aferraba el volante, las rodillas casi chocando con el contacto de la llave, o su cara de concentración durante todo el viaje aunque de vez en cuando me mirase de reojo y sonriese. Un momento cotidiano, simple, pero en el que no pude sentirme más plena, aunque hubiese dejado en casa muchos hilos de los que tirar y muchos jarrones rotos, que inmediatamente tras cerrar la puerta gris de aquel coche quedaron olvidados, allí dentro el tiempo parecía haberse detenido y solo me importaba una cosa.
Un camión situado siempre en el mismo lugar, la misma calle con los mismos bares, una paradita en el mismo escaparate de siempre donde siempre hay la misma ropa y caminar arropada por un brazo que descansa siempre sobre los hombros, esperando al momento indicado para hacer fuerza y no dejarme huir del abrazo. He encontrado la felicidad, así en pequeñito, y es que estaba entre el 59 y el 67, por algo siempre se me han dado mal los números y ser puntual.
Había una vez un pollito y todos sabemos cómo sigue la historia de final incierto.
He necesitado meses turbulentos cargados de indecisión, mil cañones apuntando a mi débil corazón y un gran instinto suicida al prender la mecha pidiendo en murmullos que errase el tiro, pero por suerte, los cañones no estaban cargados y no tuve que recoger los ensangrentados pedazos de un corazón que no soportaría otro golpe, pero al fin me he dado cuenta de que estaba buscando en el lugar equivocado, con las características equivocadas, que puede que no haya una Felicidad con mayúscula, pero llevo colgada del alma una felicidad pequeñita y con minúscula, que inunda mi pecho de una calma dulce y esponjosa ante la cual solamente puedo sonreír y dar las gracias.
La revelación ha llegado en forma de viaje en coche, llevándome a una ciudad llena de luces, con un partido de fútbol sonando de fondo en la radio y su mano apretando levemente mi rodilla a modo de "estoy aquí", como si fuese capaz de olvidarlo, o de alejar los ojos de la mano que aferraba el volante, las rodillas casi chocando con el contacto de la llave, o su cara de concentración durante todo el viaje aunque de vez en cuando me mirase de reojo y sonriese. Un momento cotidiano, simple, pero en el que no pude sentirme más plena, aunque hubiese dejado en casa muchos hilos de los que tirar y muchos jarrones rotos, que inmediatamente tras cerrar la puerta gris de aquel coche quedaron olvidados, allí dentro el tiempo parecía haberse detenido y solo me importaba una cosa.
Un camión situado siempre en el mismo lugar, la misma calle con los mismos bares, una paradita en el mismo escaparate de siempre donde siempre hay la misma ropa y caminar arropada por un brazo que descansa siempre sobre los hombros, esperando al momento indicado para hacer fuerza y no dejarme huir del abrazo. He encontrado la felicidad, así en pequeñito, y es que estaba entre el 59 y el 67, por algo siempre se me han dado mal los números y ser puntual.
Había una vez un pollito y todos sabemos cómo sigue la historia de final incierto.
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