Volver a casa
La última parada frente a la ría, era siempre consciente de mis dudas, guardiana silenciosa de mis lágrimas mal disimuladas y de los aleteos nerviosos y torpes de mi corazón desbocado.
Pero al final, terminé enamorada de aquella ciudad alejada de los bosques a los que estaba acostumbrada, de sus calles con baldosas tricolores, de las estrellas que a veces transitaban sus fiestas, y acabé poniéndole nombre a cada banco, a cada parque, a cada calle, según los recuerdos que tengo almacenados en mi desordenada mente.
Aún a veces vuelvo, a recordar los trazos de tinta verde, azul, o incluso rosa que me hacían coger el autobús durante toda la semana, en la última parada frente a la ría.
Aquella parada amarilla, destrozada por el paso del tiempo, que hacía que mi inocente alma se pusiese melancólica y que con los días se acabó convirtiendo en casa, en un lugar familiar en el cual parecía que nada podría salir mal, porque aquella triste parada significaba volver, haberse ido y volver, que es lo más importante.
Pero al final, terminé enamorada de aquella ciudad alejada de los bosques a los que estaba acostumbrada, de sus calles con baldosas tricolores, de las estrellas que a veces transitaban sus fiestas, y acabé poniéndole nombre a cada banco, a cada parque, a cada calle, según los recuerdos que tengo almacenados en mi desordenada mente.
Aún a veces vuelvo, a recordar los trazos de tinta verde, azul, o incluso rosa que me hacían coger el autobús durante toda la semana, en la última parada frente a la ría.
Aquella parada amarilla, destrozada por el paso del tiempo, que hacía que mi inocente alma se pusiese melancólica y que con los días se acabó convirtiendo en casa, en un lugar familiar en el cual parecía que nada podría salir mal, porque aquella triste parada significaba volver, haberse ido y volver, que es lo más importante.
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