Seis veintiséis

Publiqué una foto que creí nunca atreverme a enseñar y recordé el pozo negro en el que muchas veces me encontré. Me recordé llorosa, apagada, triste y sin encontrar un clavo al que aferrarme, un motivo para levantarme cada mañana... Así que dejé de hacerlo. Pasaban los días mientras yo seguía llevando el mismo pijama y las mismas penas colgadas a la espalda. No puedo creerme, hoy, con 22, las cadenas pesadas que llevaba siendo tan niña, me veo tan cría y tan triste que no me reconozco. A veces tengo malos días, es inevitable, y pienso que todo es una mierda hasta que recuerdo que pisé el infierno y volví entera, o casi. Me miro la muñeca derecha y me paso la mano por donde un tiempo jamás dejé que nadie me tocase, por los recuerdos de las heridas que nunca se cerraban, por mis recordatorios personales de que nada será tan oscuro, tan duro, ni tan doloroso. Nada. Nunca. Hace unos años lloraba porque no desaparecían nunca de mi piel, lloraba pensando que siempre me acompañarían ¿para qué...